miércoles, 23 de marzo de 2011

Papá, no sé cómo contarte lo mucho que me gusta jugar

Cuando jugamos a fútbol, el mundo se reduce al campo. Mis compañeros, mis rivales, el balón. En ese momento, nada más existe. Estamos absorbidos por la lógica interna del juego.
El público, los padres, son la conexión con el mundo real. Nos gusta que nos animen, nos dan motivación, aunque estaríamos igual de motivados si no estuvieran, porque nos apasiona jugar.
Pero no nos gusta que nos presionen, que nos griten, que nos den órdenes como si fueran entrenadores y nosotros adultos. Nos hace sentirnos mal y salimos de la lógica interna en pleno partido, al mundo real. Dejo de fijar mi atención en el juego para fijarme en ellos. Y así no disfruto.
Otras veces discuten entre ellos, o le gritan al árbitro. Algún compañero mío se ha puesto a llorar en pleno partido al ver a su padre discutiendo y gritando.
Tienen expectativas. Tal vez no lo reconozcan abiertamente, pero les gustaría que fuéramos estrellas en el futuro. Fomentan la competitividad y el individualismo, muchas veces sin que ellos se den cuenta, pero nos afecta como niños en nuestro desarrollo como personas

Papá, mamá. Sólo somos niños. Queremos jugar. Nada más.


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